19 de Septiembre del 2016 | Investigación
En el mes del docente recordamos a Monseñor Jorge Kemerer
En este mes de septiembre que es dedicado especialmente a las celebraciones por la educación ya que recordamos a los docentes, a los estudiantes y a tantos que aportan cada día a la formación, desde el ISARM compartimos un artículo escrito por Verónica P. Garcette, integrante del Centro de Investigaciones Históricas “Guillermo Furlong”, sobre Monseñor Jorge Kemerer, fundador, en el siglo pasado, de esta Casa de Estudios Superiores junto a otras instituciones educativas más.
Monseñor Jorge Kemerer
Un forjador de la educación en nuestra Provincia
En San Rafael, Entre Ríos, nació Jorge Kemerer el 13 de septiembre de 1908. Sus padres habían nacido en Rusia, -donde habían inmigrado sus abuelos procedentes de Alemania- y llegaron a la Argentina para dedicarse a la agricultura. En el seno de una familia de 14 hijos, varios abrazaron la vida religiosa; la consagración de un sacerdote presenciada durante su niñez marcó su vida para siempre.
A los 12 años ingresó al Seminario de los padres del Verbo Divino en Buenos Aires y a los 20 años comenzó el noviciado. Cursó estudios de Humanidades y Filosofía; gracias a su esmero se lo envió a Roma, donde estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana doctorándose en Teología. Allí fue ordenado sacerdote el 30 de octubre de 1932 cuando tenía 24 años.
En 1934 fue designado teniente de cura de la Parroquia San José de Posadas, año que coincidió con la beatificación de Roque González y sus compañeros de martirio, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, hecho que lo puso en contacto con la labor de los jesuitas en estas tierras.
En 1957 el Papa Pío XII creó la Diócesis de Posadas y designó a Monseñor Jorge Kemerer como su primer Obispo.
Además de ser el primero, Mons. Kemerer, fue un gran obispo de la diócesis de Posadas, que bajo su ministerio comprendía toda la provincia; muy sensible a los problemas que se vivían, recorrió una y otra vez su territorio a través de extenuantes visitas pastorales, que le permitieron obtener un conocimiento directo de las dificultades de cada comunidad. Consciente de que los reclamos había que hacerlos públicos, expresó ante la prensa: “[…] Para los que no quisieran ver en esto una función mía episcopal les pido que hagan abstracción de mi condición de obispo y vean en mí al hombre que no puede quedar indiferente ante la extrema necesidad de otros hombres, al ciudadano que tiene el derecho de hacer uso de las libertades fundamentales que le concede la Constitución del País”.
Una realidad detectada en sus visitas pastorales fue la situación de las comunidades guaraníes que reclamaban escuelas para sus hijos. Respondiendo a los pedidos de los jefes espirituales de Fracrán y Perutí impulsó un programa de desarrollo integral a través del Instituto Montoya. Respetuoso de su cultura y de su religión, reflexionó al término del mismo que “el encuentro entre personas, pertenecientes a culturas diferentes, sigue interrogando, cuestionando, enriqueciendo con gozo y dolor a ambas partes; este crecimiento en el respeto de la diferencia no hizo más que fortalecer nuestros lazos más allá de la comprensión e incomprensión que produjo en la sociedad toda […]”.
Desde el comienzo de su acción episcopal mantuvo una misma actitud ante los distintos gobiernos (militares o democráticos) exponiendo lo que era necesario ya que hablar era un deber ineludible y él estaba en una condición privilegiada para hacerlo. Con relación a la crisis política que se vivía en el marco de una nueva dictadura, manifestó en la Pascua de 1977 que “Cristo no está en un extremo ni en el otro […] Cristo está en el centro, punto de convergencia, donde los hombres pueden encontrarse, unirse, amarse, pues los extremos separaran y oponen y llevan al odio”.
Una de sus mayores preocupaciones fue sin duda la educación, que impulsó a través de la fundación de numerosas escuelas “[…] Si como hombre de iglesia he creado, quiero que se mantenga con firmeza obras educativas, es porque escrutando este mundo que nos toca en herencia, entiendo que la luz que el hombre futuro puede recibir, le llegará tal vez no directamente de la fe, sino de la fe a través de la cultura y el saber”.
Como lo manifestó Mons. Joaquín Piña en ocasión de sus exequias, “Hombre de mucha visión […] lo suyo era la inspiración, las grandes ideas y proyectos”.
Verónica P. Garcette
Centro de Investigaciones Históricas “Guillermo Furlong”