24 de Mayo del 2019 | Artículos Especiales
La Revolución de Mayo en Misiones
La Edad Contemporánea, la época que nos tocó vivir, se inició de manera violenta y, en términos históricos, de forma rápida, a partir de una serie de grandes cambios que se operaron en tan solo una o dos generaciones. Es lo que Eric Hobsbawn denominó “la era de las revoluciones”: a la “doble revolución”, Industrial y Francesa, que dieron origen, respectivamente, al orden político republicano y al sistema capitalista que caracterizan a nuestro tiempo, se le suman en el caso americano las revoluciones de independencia, que forjaron las naciones de nuestro continente. En poco más de cincuenta años, el mundo cambió de forma irreversible.
Generación tras generación, los argentinos afirmamos que con la Revolución de 1810 “nació la Patria”. Más allá de la discusión en torno a qué Patria fue la que nació, y si nuestro país es o no lo que soñaron los primeros precursores, existe un claro consenso en que se trató de uno de los hechos más trascendentales de nuestra historia. Igualmente, pese a los ríos de tinta que corrieron respecto al tema, resulta difícil separar los hechos históricos de las construcciones de sentido elaboradas a partir de discursos a veces más emotivos que científicos, más interesadas en construir determinada identidad nacional que en reconstruir el pasado buscando explicaciones respecto al presente, y no solo ejemplos a seguir.
La revolución no fue solo lo que pasó la semana de mayo, sino más bien el proceso que se inició a partir esa fecha, el cual fue complejo y contradictorio, y se prolongó a lo largo de toda la segunda década del siglo XIX. Involucró no solo a los criollos de Buenos Aires, sino que a medida que se fue profundizando, también sumó a mestizos, negros e indígenas. Aunque la elite dirigente porteña inicialmente buscó el apoyo de estos sectores sin pretender necesariamente un cambio social profundo, pronto los sectores populares generaron sus propios programas políticos que no necesariamente fueron coincidentes con los de la nueva elite dirigente.
Frente a ese escenario, la actitud de los misioneros de entonces (en su gran mayoría guaraníes descendientes de quienes habían pasado por la experiencia de la evangelización jesuítica), también tuvo avances, retrocesos y ambigüedades. El gobernador Tomás de Rocamora había asumido recientemente el cargo, y tras arribar a Yapeyú, se encontró con la novedad de que el virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros había sido depuesto y reemplazado por una Junta de Gobierno. Aunque esta se reconocía fiel al rey Fernando VII, prisionero de Napoleón, era evidente que el cambio significaba un empoderamiento de los sectores criollos, y abría la clara posibilidad de una futura emancipación. Rocamora, tal vez por su condición de criollo, apoyó de manera inmediata a la Junta. El gobernador intendente de Paraguay, Bernardo de Velasco, un español peninsular, no reconocería la legitimidad del nuevo gobierno y juraría fidelidad al Consejo de Regencia conformado en España. Esto puso a Misiones en una delicada posición.
Para consolidar la posición asumida, Rocamora buscó el apoyo de los líderes guaraníes y otras autoridades locales de los pueblos del Paraná. Con ese fin, el 8 de julio de 1810 se realizó una reunión de funcionarios del departamento Candelaria que manifestó su plena adhesión a la Junta de Gobierno de Buenos Aires. Aunque tradicionalmente se considera este hecho como la incorporación de Misiones a la causa de mayo, la posición lejos estaba de ser firme. En agosto de ese mismo año, es decir, tan solo un mes después, los mismos funcionarios volvieron a realizar una reunión similar, esta vez por pedido de Velasco, y procedieron a jurar fidelidad al Consejo de Regencia, es decir, rectificaban lo decidido antes.
La campaña de Belgrano, que pasó por Misiones en diciembre de 1810 y su posterior derrota, marcaron nuevos y vertiginosos cambios en la situación de Misiones. Los guaraníes, en estas circunstancias, se adaptaron a los cambios sin manifestar un posicionamiento firme respecto a la revolución, ni a favor ni en contra. No es que no comprendieran los cambios que se estaban operando. Sencillamente no sentían que fuera su revolución. Eso cambió radicalmente a partir de 1811, cuando comenzó a configurarse el artiguismo como proyecto alternativo de organización nacional. El principio de libre determinación de los pueblos, la igualdad práctica y el confederacionismo fueron considerados como banderas por las que valía la pena luchar, y explican el entusiasmo y la temeridad con que los guaraníes se involucrarían en los conflictos del Litoral en los años siguientes. Esto marcaría, también, el paso de una revolución meramente política a un proceso de carácter social que, aunque incompleto, marcó un cambio irreversible y generó a largo plazo el país que hoy conocemos.
Lic. Oscar Daniel Cantero
Docente del Profesorado de Historia del ISARM