12 de Agosto del 2022 | Iglesia Católica

La Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos

Fotografía cedida por Marisa Diaz, fiel de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de la Cruz Corrientes.

El catecismo de la Iglesia Católica recuerda que la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. No es una imitación del paganismo, es auténticamente cristiano y está relacionado con la Encarnación. Este culto, aunque de todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente (Lumen Gentium, 66).

La Comisión Teológica Internacional sobre la interpretación de los dogmas en el año 1989, preparó un documento que contiene una presentación de la obra a cargo del entonces Monseñor Ph. Delhaye, con los puntos A) Estado de cuestión, B) Fundamentos teológicos y C) Criterios de interpretación. Dicho documento aporta ampliamente el sentido de la palabra dogma, que es uno de los temas fundamentales de la fe católica.

Dentro de la parte B) Fundamentos teológicos de este documento de la Comisión teológica Internacional, específicamente en el título Reflexiones y fundamentales sistemáticas y teológicas, se presentan dos sentidos sobre la interpretación de la palabra dogma. Estos son: amplio y estricto.

En el sentido amplio, el dogma es testimonio magisterial obligatorio de la Iglesia sobre la verdad salvífica de Dios, prometida en el Antiguo Testamento, revelada definitivamente y en su plenitud por Jesucristo, y permanentemente presente en la Iglesia por el Espíritu Santo. Este elemento magisterial pertenece claramente en el Nuevo Testamento desde el comienzo a la predicación de la fe.

Jesús mismo se presentó como Maestro (Rabbi) y fue tratado como tal. Él mismo enseñaba y enviaba a sus discípulos a enseñar (Mt 28, 20). En las comunidades primitivas existían maestros propios (Rom 12, 7; 1 Cor 12, 28; Ef 4, 11).

 En el segundo sentido de la palabra, dogma es una doctrina, en la que la Iglesia proclama de tal modo una verdad revelada de forma definitiva y obligatoria para la totalidad del pueblo cristiano, y en que su negación es rechazada como herejía y estigmatizada con anatema.

En el dogma en sentido estricto concurren, por tanto, un elemento doctrinal y un elemento jurídico, incluso disciplinar.

El Santo Padre Pío XII

Eugenio Maria Giuseppe Pacelli, que será Papa con el nombre de Pío XII, nació en Roma el 2 de marzo de 1876, hijo de Virginia Graziosi y Filippo Pacelli.

Se trata de una familia muy familiarizada con los oficios jurídicos de la Curia romana, ya que su padre era decano de los abogados consistoriales, y su hermano, Francesco, era jurista de la Santa Sede y miembro de la Comisión vaticana que preparó la redacción de los Pactos de Letrán.

Tras la muerte de Pío XI, el 10 de febrero de 1939, se abrió el Cónclave el 1 de marzo, que eligió al día siguiente al nuevo Papa: Pío XII. Este es el nombre escogido por Eugenio Pacelli, que inicia así su largo pontificado (19 años, de 1939 a 1958), uno de los pontificados más difíciles y dramáticos de los muchos que la Iglesia recuerda a lo largo de dos milenios.

El dogma de la Asunción de María 

Muy devoto de Nuestra Señora, Pío XII, durante el Año Santo de 1950, definió como dogma de fe que la Virgen María, Madre de Dios, fue llevada al Cielo en cuerpo y alma, con la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus del 1 de noviembre.

El dogma fue definido en el atrio exterior de la Basílica Vaticana. Aquí destaco las palabras de la augusta definición:

“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la verdad, para Gloria de Dios omnipotente que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma de la gloria celestial”.

El Santo Padre Pío XII insiste en la estrecha relación entre el dogma de la Asunción y el dogma de la Inmaculada Concepción en su encíclica Fulgens Corona del 8 de septiembre de 1953, con una introducción y dos capítulos, por la que instituye un año mariano, con motivo del centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción.

En el mismo documento en que define la Asunción de María, Pío XII enseña que los fieles – es decir el pueblo cristiano – siguiendo las enseñanzas de sus pastores, no han tenido dificultad en admitir la muerte de María, con tal de preservarla de la corrupción del sepulcro.

Se trata, del sentir de la Iglesia – pastores y fieles – que construye un argumento de gran peso, que algunos no vacilan en proclamar de la fe, porque es imposible que ambos se equivoquen conjuntamente en la doctrina universalmente profesada por todos.

La Asunción de la Santísima Virgen María y los Romanos Pontífices

La exhortación apostólica Marialis Cultus del Papa Pablo VI con fecha del 2 de Febrero de 1974, para la recta ordenación y desarrollo para el culto a la Santísima Virgen María, recuerda:

“La solemnidad del 15 de agosto celebra la gloriosa Asunción de María al cielo: fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hechos hermanos teniendo "en común con ellos la carne y la sangre" (Hb 2, 14; cf. Gal 4, 4). 

La solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después, y en la que se contempla a Aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre”.

Desde la más remota antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la muerte de María. Las oraciones Venerada Nobis y Subveniat Domine recogen expresamente la muerte de María al celebrar la fiesta de su gloriosa Asunción a los cielos. 

El argumento litúrgico tiene un gran valor en teología, según el conocido aforismo Lex orandi statuat credendi, puesto que en la aprobación oficial de los libros litúrgicos está empeñada la autoridad de la Iglesia, que, regida y gobernada por el Espíritu Santo, no puede proponer a la oración de los fieles formulas falsas o erróneas.

El Papa San Juan Pablo II, en la carta Encíclica Redemptoris Mater del 25 de marzo de 1987 sobre la bienaventurada Virgen María en la Iglesia Peregrina, nos enseña:

“María, por su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya «asunta a los cielos». La verdad de la Asunción, definida por Pío XII, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte». Con esta enseñanza Pío XII enlazaba con la Tradición, que ha encontrado múltiples expresiones en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

Con el misterio de la Asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado: «Todos vivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego, los de Cristo en su Venida» (1 Co 15, 22-23). En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María «está también íntimamente unida» a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; «redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo», ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y «el último enemigo en ser destruido será la Muerte» (1 Co 15, 26)”.

El Papa Benedicto XVI, el 15 de agosto de 2005 en la Santa Misa en la Parroquia Pontificia de Santo Tomas Villanueva, Castel Gandolfo, nos exhorta a relacionar la Asunción de la Santísima Virgen con el don de la alegría:

“La fiesta de la Asunción es un día de alegría. Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor”.

Nuestra Señora de la Asunción de Acaraguá y Mbororé 

Es una  advocación mariana surgida en las Reducciones Jesuíticas-guaraníes emplazadas en suelo misionero que aún se mantiene cuasi intacta.

Fue tallada en madera por los propios guaraníes, tras un acontecimiento clave para la tierra colorada: la Batalla de Mbororé en marzo de 1641.

La Dra. María Angélica Amable, integrante de la Junta de Estudios Históricos de Misiones, respecto a este tema relata en una nota para el diario Primera Edición en el año 2019:

“Pese a nacer en la frontera de lucha contra los bandeirantes, hoy esta Virgen une a pueblos de ambas márgenes del río Uruguay, de las fronteras de Brasil y Argentina. Además, es la Patrona de la ciudad de La Cruz, en Corrientes”.

“En Acaraguá y Mbororé las reducciones debieron organizarse militarmente para enfrentar un gran ataque bandeirante. Casi un año duraron los preparativos. La población se trasladó aguas abajo hasta Mbororé, en Acaraguá quedó sólo una partida para vigilar y allí, en febrero de 1641, ocurrió el primer enfrentamiento. Cuando llegó el grueso de la expedición, el ejército guaraní-misionero se había retirado a Mbororé”.

“El recodo del río fue el lugar donde esperaron a los paulistas para darles batalla. La contienda comenzó el 11 de marzo de 1641 y continuó por agua y tierra hasta el 16, inclusive, siendo los bandeirantes ampliamente derrotados. El puesto de Acaraguá fue destruido para que no sirviera de refugio al enemigo en su retirada y, tras la destrucción de Acaraguá, la población se reorganizó en Mbororé”.

“La parte más importante de este relato es que “la victoria fue atribuida a la Patrona y, según la tradición, en agradecimiento tallaron la imagen de la Santísima Virgen con el título de Nuestra Señora de la Asunción de Acaraguá y Mbororé, colocándole los dos últimos nombres a los emplazamientos ubicados en territorio misionero. Hoy la imagen de la Virgen se conserva en la iglesia parroquial de La Cruz”.

La Cruz fue fundada en 1630 con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción sobre el arroyo Acaraguá, en el actual territorio de Misiones, por el sacerdote Pedro Romero, a pedido de caciques guaraníes que habían reunido a unas 350 familias en el lugar.

La reducción fue encomendada al Padre Cristóbal Altamirano, quien la dirigió durante doce años. La Carta Anua (informe de los Jesuitas a sus superiores), narraba el fervor con el que los primeros pobladores se preparaban para recibir el bautismo y cómo cultivaron una especial devoción a la Virgen María.

Cada 15 de agosto, la Cruz, Corrientes, se viste de fiesta para celebrar la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos en cuerpo y alma, y lo hace de manera especial con esta oración, escrita por el Padre Ramón Felix Mansilla en 1965:

                                                                                        Antigua Señora de la Asunción,

                                                                                   de las heroicas Misiones Jesuíticas

                                                                                              de Acaraguá y Mbororé,

                                                                                a ti rindieron siempre sus corazones

                                                                                      durante más de tres centurias,

                                                                                            generaciones valerosas,

                                                                                          tras un claro mundo mejor.

                                                                                         Bendice nuestros bienes,

                                                                                           ahora, Señora, Patrona

                                                                                              de Nuestro Pueblo,

                                                                                        los del alma y los del cuerpo,

                                                                                           conservándonos la fe

                                                                                          como nuestros mayores

                                                                                                nos enseñaron.

                                                                                           Dios Todopoderoso,

                                                                                       que has elevado a la Madre

                                                                                        de tu Hijo a los cielos,

                                                                                      haz que también nosotros,

                                                                                       felizmente, participemos

                                                                                          de su misma Gloria.

                                                                                  Por Jesucristo Nuestro Señor. 

                                                                                                   Amén.

 

Prof. Florencia Castro - Docente del Profesorado en Ciencias Sagradas - ISARM

 

Fuentes: 

-Catecismo de la Iglesia Católica

-Concilio Vaticano II

-La Virgen María, Teología y espiritualidad marianas. Autor: Antonio Royo Marin OP

 

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